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Cuadernos Hispanoamericanos reseña Larvas

Cuadernos Hispanoamericanos

Por Diego Sánchez Aguilar.

https://cuadernoshispanoamericanos.com/relatos-larvarios/

Relatos larvarios

Pese a su juventud, Larvas es ya el tercer libro de la uruguaya Tamara Silva tras Desastres naturales (2023) y Temporada de ballenas (2024). Esta colección de relatos supone, gracias a la editorial Páginas de Espuma, una forma de presentarse ante el público español tras el reconocimiento y los premios que sus obras anteriores cosecharon en Uruguay.

Será fácil, provechoso para la autora en términos de márquetin, y no del todo desacertado, ubicar a Tamara Silva dentro de esa corriente de escritoras latinoamericanas que orbitan en torno al género del terror o lo fantástico: Mariana Enríquez, María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Samantha Schweblin… Sin embargo, como suele suceder con las etiquetas, hay algo que no termina de encajar, que desborda o incomoda cuando se intenta ubicar a esta escritora dentro de esa clasificación.

Esta incomodidad puede deberse a que en Larvas, pese a sus elementos fantásticos, no se emplean las técnicas y estructuras habituales del relato fantástico. Más bien, hay algo poético en ellos. Por supuesto, cuando digo «poético» no me refiero al uso de metáforas, imágenes, figuras retóricas, sino a una voluntad de integración. El lenguaje cotidiano separa, define, clasifica, delimita. El lenguaje literario, tradicionalmente más el poético que el narrativo, hace lo contrario: confunde, integra, pone en suspenso la solidez de esas definiciones. Tal vez por eso Tamara Silva construye la realidad a partir de las sensaciones; más que pensarse, sus cuentos se huelen, se tocan, se escuchan. Los narradores elegidos, o los protagonistas sobre los que se focaliza la narración, son muchas veces niños o jóvenes. Su mirada o su voz está atravesada por la oralidad, los sonidos y los olores de los paisajes en los que se mueven (hay algo también de Carson McCullers), su razón no distingue con claridad lo real de lo fantástico, todo resulta maravilloso pero también terrorífico. Además, emplea en todos los cuentos el presente de indicativo: las cosas suceden, en un estado de suspensión o expansión, en lugar de narrar un acontecimiento pasado que impone un desenlace. Todo, en estos cuentos, está en un estado larvario, indefinido, oscuro.

A diferencia de lo que sucede en los relatos de Quiroga (una referencia inevitable si se habla de relato y de Uruguay), en Larvas el paisaje y los personajes no están enfrentados, sino que se confunden; así sucede en «No acampar ni abordar», donde el paisaje salteño es un protagonista más, que llega incluso a encarnarse en una mujer con la que la protagonista inicia una aventura en la que cuerpo y paisaje se funden en un deseo erótico de disolución.

Lo erótico también es tratado desde esa perspectiva deliberadamente confusa. Hay una preferencia por el homoerotismo, sin que eso suponga tampoco un «tema». El erotismo en «No acampar ni abordar», «Arena, arena, arena» o «Larvas» se plantea sin análisis sociales o morales, desde lo sensorial, en un estado larvario, como un cúmulo de sensaciones indefinidas en las que no se trazan divisiones entre el placer, el miedo, la emoción, la culpa, el asco o el deseo.

Ese sensorialismo no se limita a una técnica descriptiva clásica, sino que se incorpora a la misma esencia de cada relato, y se extiende también al protagonismo del cuerpo. Podría hablarse de otra tendencia de moda, el «body horror», si bien vuelve a surgir el conflicto con la etiqueta. No hablamos de cuerpos mutilados, deformados y sangrientos (como los de La sustancia o los de Cronenberg, por emplear referentes cinematográficos) sino de algo más cotidiano, íntimo y menos espectacular: el asco. El asco aparece como un sentimiento de rechazo ante el cuerpo, donde lo orgánico se mezcla con la culpa y el placer, el terror y la emoción. Esto es especialmente visible en «Larvas», donde una adolescente, tras jugar con una amiga a meterse un pez vivo por el bañador, empieza a tener molestias genitales, o en «La joven edad», cuya protagonista sufre unas peculiares y peludas náuseas de embarazo.

No podemos terminar sin mencionar otro aspecto esencial de esa «poética de la confusión» como es la de la relación con los animales. Lo humano y lo animal no son mundos ajenos y claramente separados. Hay niños que mantienen una interacción especial con sus piojos («Mi piojito lindo»), hay una mujer que adopta una misteriosa perra ante cuyo poder sucumbe («Jauría»), un persistente y entrañable caballo zombi («Arena, arena, arena») y, por supuesto, los inquietantes pececitos de «Larvas», pero no solo ellos. Los animales están siempre presentes: rodean a los personajes, se confunden con ellos y con el paisaje, son un elemento esencial para la construcción de esa realidad densa, sensorial, mágica, terrorífica, asquerosa, poética y maravillosa que Tamara Silva consigue crear en cada uno de sus relatos.

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