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Diario Información reseña Alcaravea

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Fernando Parra

Literatura que hiere y sana

El nuevo trabajo que nos regala Irene Re­yes – Noguerol está compuesto por doce relatos. Doce es el número atómico del magnesio; doce es el número de nervios craneales; doce, los signos del zodíaco y doce, las notas musicales. Doce, son los apóstoles; doce, los frutos del Árbol de la Vida; y doce, los doce trabajos de Hércules. Y he aquí que, merced a la providencial cé­bala numérica, casi hemos resumido el hermoso libro de nuestra escritora sevillana

Porque Alcaravea es un li­bro sustentado en los princi­pios de la resistencia, pala­bras de hueso fuerte y tuéta­no; palabras que se reparten, erizándolas, las fibras sensi­bles de nuestra piel y de nuestra conciencia; que es­tán marcadas por el capricho insidioso del sino; palabras que nacen aupadas por la poesía para la buena nueva de una literatura atenta – ¡porfin!- a la forma. Pala­bras arraigadas en la tierra de la existencia misma, esa que cultivan, con el trabajo de vivir, los héroes cotidia­nos que no aparecen en los libros de mitología.

De los doce relatos, cinco toman como protagonistas a personali­dades históricas: Van Gogh escribe desde la celda de su sanatorio en Saint-Paul- de-Mausole a su hermano Theo, y en sus cartas bucea por los abismos de la locura pero también por la gracia que aquella le concede en su paroxismo; Marie Geneviéve van Goethem, la pequeña bailarina que inspirase la célebre escultura de De­gas, denuncia con la bella sordina de un lirismo cruel, los abusos de sus pedófilos; la madre de Antonio Machado le pregun­ta a su hijo -ay- cuándo llegarán a Sevi­lla de camino a su exilio de Colliure; Lope de Vega, ya casi anciano, rompe su voto de castidad para cuidar de su último gran amor, Marta de Nevares, ciega, locay catatónica; Abenámar y Almutamid narran sus amores ilícitos en aquel otro tiempo en el que era posible que los reyes se ena­morasen y escribieran poemas.

En el resto de los relatos asumen el protagonismo personas anónimas, algu­nas de ellas emparentadas con la propia autora: el profesor expulsado que deja su huella indeleble en la alumna, que tomó conciencia de ser y de estar en el mundo cuando fue nombrada por el lenguaje que él le enseñó a amar; la madre esquizofré­nica, víctima de sí misma y de quién sabe qué otros taludes, que descuida a su hija; la madre coraje que lucha contra la drogadicción de su hijo; los hermanos melli­zos y su vínculo indisoluble más allá de la muerte; o el vacío identitario del herma­no bastardo; la orfandad infligida por el nuevo matrimonio del padre y el ingreso en la inclusa. Y, al fin, tras toda esa heri­da, la alcaravea del último relato, que sa­na, resarce y acuna, al calor de la nana tradicional.

Además de la verdad desgarradora de las estampas de vida que Irene Reyes- Noguerol construye en sus páginas, Alca­ravea destaca por la intensidad de su pro­sa, envolvente, vehemente en sus crecendos, repleta de trallazos líricos que noquean al lector por su dolorosa belleza, nunca impostada, y que convierte cada pasaje en una celebración de la literatura donde forma y fondo comulgan como pocas veces se ve en la literatura de nuestros días. De ese modo, esta alcaravea de propiedades salutíferas, cauteriza tam­bién la herida de la literatura adocenada y nos restituye, como lectores, para la es­peranza de nuestras letras (Irene tiene unos insultantes y dolorosísimos 27 años). Semilla, pues, de comino y clavo y alcaravea Ea.

 

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