Por Sandra de Oyagüe.
Lo vivo y lo larvario: sobre Larvas, de Tamara Silva Bernaschina
Lo vivo y lo larvario: sobre Larvas, de Tamara Silva Bernaschina
En Larvas (Páginas de Espuma, 2025), la escritora uruguaya Tamara Silva Bernaschina construye un universo narrativo donde lo corporal, lo natural y lo fantástico laten en un mismo pulso. Sus ocho cuentos conforman un territorio híbrido, húmedo, donde lo humano se funde con la materia viva que lo rodea. Cada relato parece escrito desde dentro de la tierra, como si las palabras brotaran entre raíces, insectos y restos orgánicos. Silva no busca el asombro fácil ni la trama cerrada: lo que le interesa es la vibración que queda cuando lo visible se descompone.
Lo primero que impresiona en Larvas es el estilo: una prosa densa, táctil, casi física, que se adhiere al cuerpo del lector. Silva escribe con una sensibilidad sensorial extrema, atenta al olor, al sonido, a la textura. Hay en su escritura una materialidad palpable, como si las palabras tuvieran peso, textura y temperatura. No se trata de un realismo descarnado, sino de una poética de lo orgánico, donde la belleza y la repulsión se confunden hasta volverse inseparables. Su escritura no teme mancharse: entra en la carne, en la herida, en el lodo, y de ahí extrae su potencia.
En cuanto a la técnica narrativa, la autora opta por la fragmentación y el silencio. Sus cuentos funcionan como organismos incompletos, abiertos, que siguen transformándose incluso después de leídos. Silva prefiere sugerir antes que explicar, y confía en la inteligencia del lector para completar las zonas oscuras. La tensión no proviene de la acción ni del conflicto tradicional, sino de la sensación constante de que algo se está gestando bajo la superficie. Los finales, lejos de ofrecer cierre, dejan una estela inquietante, como si el relato siguiera mutando fuera de la página.
El entorno rural desempeña un papel central. No se trata de un campo idílico ni bucólico, sino de un espacio ambiguo, primitivo, donde la naturaleza respira con la misma violencia que los cuerpos humanos. El paisaje no se describe: se siente. Barro, insectos, agua estancada, animales muertos o moribundos. En ese ecosistema cargado de pulsión, lo fantástico surge sin ruptura: lo extraño no interrumpe la realidad, sino que brota de ella como una prolongación inevitable. Lo sobrenatural se vuelve natural.
Silva escribe con una mirada joven pero consciente de sus recursos. En su voz hay ecos de Mariana Enríquez, Samanta Schweblin o Guadalupe Nettel, pero su tono es más telúrico, más cercano a lo instintivo que a lo urbano. Su literatura se alimenta de la tradición latinoamericana del cuento fantástico, pero también del realismo sucio, de la poesía corporal y de cierta sensibilidad ecológica. En sus textos, la tierra, el cuerpo y el deseo forman un mismo circuito de vida y descomposición.
No todos los relatos alcanzan la misma densidad, y algunos sacrifican la claridad narrativa en favor de la atmósfera. Pero incluso en esos pasajes se percibe una coherencia estética admirable: Silva tiene una visión, y la sostiene. Su escritura busca la incomodidad, no la complacencia; el temblor, no la calma. Es una literatura que exige leer con los sentidos, más que con la mente.
Larvas se inscribe así en una corriente de lo fantástico latinoamericano que renuncia al mito y se adentra en la biología. En lugar de milagros, hay metamorfosis; en lugar de prodigios, hay mutaciones. Tamara Silva Bernaschina convierte el cuerpo en territorio narrativo, y la descomposición en forma de belleza. Leerla es asistir a un proceso de transformación: el de la palabra que se vuelve carne, el de la carne que se disuelve en palabra.
Y en ese movimiento continuo, larvario y luminoso, emerge una voz literaria nueva, salvaje, que promete seguir creciendo bajo la superficie —entre la vida, la muerte y todo lo que las une.






