Por Isabel Retamoso.
Antes el agua de ese río curaba
Nacida en Minas en el año 2000, Tamara Silva Bernaschina apareció en la escena literaria uruguaya con su libro Desastres naturales (Estuario Editora, 2023), ganador del Premio Bartolomé Hidalgo tanto en la categoría de narrativa como en la del Premio Revelación. Desastres naturales, una colección de cuentos, servía narraciones bien construidas en territorios rurales con una prosa llana y bien puntuada.
En 2024, Silva Bernaschina publicó Temporada de ballenas, también con la editorial Estuario, su primera novela, que recibió una mención de honor en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti. Esta novela fragmentaria narra las peripecias de un personaje infantil y la relación con su familia, con la muerte, en una atmósfera sostenida y poética, al decir de Gustavo Espinosa: «El mundo está intervenido por una forma de la imaginación que proyecta relaciones narrativas –o poéticas– insólitas pero necesarias».
Larvas, su último libro, fue publicado este año por la editorial Páginas de Espuma. Al igual que Desastres naturales, se trata de una colección de cuentos, pero en este caso, aun cuando las narraciones se emplazan, en su mayoría, en territorios rurales, amenaza lo extraño, una fuerza sombría que recorre cada una de las historias en un esfuerzo de enrarecimiento de los vínculos.
Escritos en un presente dominante, los cuentos de Larvas buscan insertarse en un juego con lo siniestro, con las supersticiones. Cuerpos que se degradan y de los que nacen criaturas extrañas; animales que actúan de maneras sospechosas y fuera de lo natural, que responden con violencia o que se transmutan en otras criaturas. De una forma u otra, y más allá del vínculo con lo rural y lo natural, los personajes de los cuentos derivan siempre en desplazamientos con los animales, con el territorio en sí, con las criaturas que emergen de sus propios cuerpos y a las que acunan como chicos.
La niñez y la consecuencia de su supuesta inocencia es un tema recurrente en el libro. Cuentos como «La gallinita ciega» dan cuenta de esto: niños que juegan y que, en el descuido, terminan en la tragedia máxima. O no tan solo en la tragedia, sino en lo que parecería ser el fin del mundo: el rostro y el cuerpo completamente desfigurados de una de las niñas luego de caer de frente sobre la estufa encendida.
Niños que hablan con fantasmas y que funcionan como vías de lo siniestro: no parece ser un ejercicio profundamente original, pero en los cuentos de Silva Bernaschina funciona, encuentra su sentido. El universo que plantea está cooptado por la extrañeza, por aquello que está fuera de lugar. En «No acampar ni abordar», en el que la sexualidad aparece por primera y única vez como elemento central de la narración, el deseo mismo es lo que consume a los personajes dentro de la tierra, lo que permite que la naturaleza misma los trague y los vuelva irreconocibles.
Otro tema que aparece en varios de los cuentos es el de los animales y las formas en que estos acechan, desde su otredad, a los humanos. En «Arena, arena, arena», en lugar de enterrar a una yegua muerta, dos peones deciden lanzarla al río. El animal, cumpliendo con las supersticiones, aparece luego bajo un árbol, inamovible, ni vivo ni muerto, una presencia oscura que contamina la tranquilidad de los personajes. Esa yegua, que, a pesar de su categoría de aparecida, es visible para todo el mundo, vuelve a ocupar la corporalidad que había abandonado antes. La animalidad retorna en el cuento «Jauría», en el que un perro asesino vuelve una y otra vez a la casa de una mujer, donde será cuidado y atendido a pesar de sus tendencias homicidas.
Por último, están los cuentos en los que el cuerpo se ve deformado por lo natural: «Larvas» y «La joven edad». En ellos, es el propio asco el que se entromete en esos cuerpos profundamente femeninos, un asco que los devora y que hace de ellos territorios extraños. Estos elementos foráneos, que habitan los cuerpos hasta adueñárselos, convierten a estos dos cuentos en los más logrados del conjunto. El cuerpo consumido por la presencia extraña, de la que es imposible desprenderse una vez que esta hace tierra, resulta en un ominoso tanto más extremo.