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Heraldo de Aragón reseña Alcaravea

Heraldo de Aragón

Por Pedro Bosqued

FUENTE: https://www.heraldo.es/ocio-y-cultura/

El albedrío del mirar

Cuando Irene Reyes-Noguerol fue al colegio ya no manejaba las pesetas. Puede que librarse del lío de convivir con dos monedas provocara que luego se fuese con más facilidad por las ramas. Y por eso este libro de cuentos se llame Alcaravea’. La alcaravea es una planta de flor pequeña y semilla con propiedades relajantes y medicinales. Y la autora sevillana echa mano de la botánica para titular este libro. Curiosamente, hoy es el último día de la exposición sobre el gran botánico aragonés Francisco Loscos en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Y es en Zaragoza donde el viernes 21 recibirá el premio Cálamo Otra Mirada precisamente por eso, por una forma de mirar tan determinada como peculiar.

En su tercer libro de cuentos, en Páginas de Espuma ha encontrado el eco aumentado, las ediciones sucesivas y el acomodo tácito y relajado del lector que busque encontrar lo bello y lo áspero como en un herbario. Como lo que es la ciencia, y como lo que hace la literatura, facilitar la conveniencia y la convivencia. Irene Reyes-Noguerol ha agavillado una docena de cuentos y desde la cita inicial de León Felipe: «Que la cuna del hombre la acunan con cuentos, que los gritos de angustia los ahogan con cuentos […] Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos…y sé todos los cuentos», se convierte este libro en una nueva esperanza a tanta quebrada vida.

Desde la mujer que sirve y se sirven de ella, al lamentar de la vida y cartas de Van Gogh. Una revuelta, y aún cabe, al sentir de los Machado con el ser y decir de su madre. Cuántos quebraderos de cabeza caben en el pensamiento de una madre por los hermanos. Más que especies botánicas acunó Linneo. Pero seamos directos, el caso de Irene Reyes-Noguerol es el de alguien de mente fresca que recurre a una prosa elíptica, olorosa, picante, colorida para traernos ese olor que nadie olvida de antaño transformado en líneas.

Nada fácil y menos con prosa tan llana. Trabajo inmenso de poda, retoques, injertos. O lo que es casi lo mismo pero es casi todo; una pulcra manera de dejar el trabajo en manos del lector para que acabe percibiendo que el buen obrar viene de la buena formación, de la buena pedagogía literaria y de saber buscar en la fuente de los ancestros lo que nadie diría que tirase porque ya no vale.

Ese no pasado se convierte en Alcaravea en un futuro luminoso y verde, como la franja que recorre la contracubierta. Verde andaluz o esperanza, siendo muy inmediatos por no decir simples. Verde herbario para el que lo hizo, verde adelante para el que cruzó un semáforo y verde anhelante para quien busque una nueva sonrisa entretanto y entre tanto. O el verde césped en el que leer en voz alta un cuento y desear que le pidan que lo repita o que lea otro. O la degradación de la intensidad de
manera tan diáfana como: «Quema, quema, quema».

No es un libro lleno de plantas pero sí de personas que plantan la vida y la riegan. Por eso el título del libro hace honor al último, esa Alcaravea que rinde homenaje a la bisabuela que cantaba las nanas de niña niñera.

Tampoco es un libro de cocina pero entrarán ganas de coger el orégano, el aceite, la albahaca, el perejil; sí, todo verde, y preparar algún ajolio imprevisible que lo inspire el placer de haber leído alguno de los doce cuentos elegidos al libre albedrío. Que en su segunda acepción del diccionario de la RAE dice que es voluntad no gobernada por la razón, sino por el apetito. El amargo y el dulce lo mece la ternura. Lo que salva al albedrío.

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