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La Voz de Galicia reseña las Cartas de Joyce

La Voz de Galicia

Por Héctor J. Porto

FUENTE: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/cultura/2025/04/17/joyce-anos-adulacion-soledad/0003_202504G17P30991.htm

Joyce, los años de adulación y soledad

Gracias al entusiasmo de Sylvia Beach —fundadora y entonces gerente de la librería y editora parisina Shakespeare and Company—, Jame Joyce publicó su novela Ulises el 2 de febrero de 1922 en la capital francesa, adonde había llegado con su familia en el verano de 1920. Su propósito era pasar en la ciudad un mes, se quedaron casi 20 años. Fue un tiempo de éxito, reconocimiento, «adulación infinita», y, sin embargo —o por ende—, de soledad. Lo explica Diego Garrido, traductor de su correspondencia para el sello Páginas de Espuma, que entregó recientemente a las librerías el segundo tomo —Cartas 1920-1941—, que cierra el proyecto e incluye un proteico hatillo de semblanzas y textos sobre el dublinés escritos por amigos (casi enemigos, en algún caso).

Muchos, quizá no tantos, advirtieron enseguida que la obra cambiaría la novela para siempre. Su hermano pequeño Stanislaus Joyce siempre fue consciente de la genialidad de Jim y disfrutaba, decía, del Ulises, aunque no en toda su extensión. Había pasajes que no le proporcionaban gozo. «No tengo humor —reprochaba, en una misiva enviada el 7 de agosto de 1924— para los episodios que son deliberadamente farsescos», y su paciencia se agotaba, añadía, cuando Joyce se empeñaba en ser prolijo en sus explicaciones. En medio de tanta lisonja y tantos nuevos amigos de aparición espontánea, Stanislaus parece erigirse en la voz de la conciencia de su hermano, para que mantenga los pies en la tierra. Le suplica que vuelva a escribir versos, amparándose en que juzga sus últimos poemas de una calidad muy superior a la de los iniciales. «Necesitarás algo que te devuelva el respeto por ti mismo después de esta última inspección del sistema de cloacas nacional [en referencia al Ulises; el remite de la carta data de poco más de tres semanas después de su publicación]. Todo lo sucio parece ejercer sobre ti la misma atracción que las boñigas de vaca ejercen sobre las moscas. Reconozco, por supuesto, la casi ilimitada capacidad de adaptación de tu estilo: la fofa jerga de periódico dublinés, con su pobre esfuerzo por resultar ingeniosa o adecuada a la mañana siguiente desde la noche anterior». Es más, se pregunta si corre su arte «el peligro de convertirse en una ciencia sanitaria».

En la citada carta de agosto de 1924, Stanislaus vuelve a insistir en sus críticas admoniciones a su hermano, al hilo de la lectura en una revista de una entrega de lo que después acabará siendo su indescifrable y polémico Finnegans Wake: «No sé si toda esa palabrería delirante sobre el medio alto sombrero y los modernos retretes femeninos (prácticamente lo único que he logrado entender de esta producción de pesadilla) está escrita con la intención deliberada de tomarle el pelo al lector o no».

Le concede, sin embargo, en su modesta capacidad de juicio, que seguramente tendrá detrás un plan inmenso, como acaeció cuando trabajaba en el Ulises. En esta obra, ensalza, «Dublín se despliega y extiende ante el lector, los más minúsculos incidentes parecen cobrar vida y salirse de sus páginas. Cualquiera que lo lea puede oír hablar a sus gentes y sentirse acompañado por ellas. A lo largo de ese día —ahonda—, el más amplio e interminable del que se tenga constancia, hay varios respiros. También muchas risas, pero apenas una impresión feliz. […] Tratas de trasladar la carga de tu melancolía a los hombros del lector sin aliviarte tú mismo. Pareces haber escapado de las tiranías del cura y el rey para caer bajo la opresión de una visión monstruosa de la vida misma. Donde tanto se ha registrado, me opongo a lo que se ha omitido. No hay serenidad ni felicidad en ninguna parte de todo el libro», fustigaba.

Férreo fan de su hermano, Stanislaus ejerce de Pepito Grillo un poco mojigato ante la afilada visión de Jim, que acepta la admiración general, consciente de que muchas veces oculta incomprensión.

La desconfianza del lector, la ceguera y la enfermedad de su hija Lucia

La aparición del Ulises generó una ola de aprobación en Francia que elevó a Joyce a la altura de Marcel Proust. Buena parte del camino firme que trazó la novela debe el impulso a la labor de promoción de Sylvia Beach, incluso previamente a la publicación. Él no cejó en su ambición, recuerda Diego Garrido, y ya en los primeros esbozos del Finnegans Wake quiso dejar claro que el Ulises «no era un callejón sin salida». Pretendía crear «un libro de la noche» frente al Ulises, que consideraba «un libro del día». Un concepto ciertamente dudoso que trata de argumentar ante su mecenas Harriet Shaw Weaver, en una carta fechada el 24 de noviembre de 1926, quizá necesitado de defender su trabajo ante los ataques: «Una gran parte de toda existencia humana transcurre en un estado que no puede hacerse sensible mediante el uso del lenguaje de la vigilia, la gramática seca y ordenada y la trama que avanza hacia un lugar». Probablemente, Stanislaus contradiría su tesis, que parece igualmente válida para justificar el Ulises.

Los primeros años fueron fecundos, recuerda Garrido, pero el libro se atascó: lenta y penosamente, logró terminarlo en 1938. En ese marasmo, señala el editor, no solo pesó la desconfianza creciente de «sus lectores más acérrimos», la recepción incluso hostil de lo que iba avanzando del texto, también la falta de dinero, los cambios de domicilio, y, sobre todo, su ceguera parcial (con las diversas operaciones) y la enfermedad mental «cada vez más violenta» de su hija Lucia.

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