La desdichada

Traducción de Borovsky, Luisa
A19;Borovsky, Luisa
La Compañía6
Edición 1
ISBN 978-84-8393-049-6
Páginas 154
Formato 18 x 14,4 cm
Precios 9,04€ / 9,4€ (IVA)

Edición digital / Audiolibro

La desdichada

La admiración de Henry James (lo llamaba “genio elegante”) y los elogios de Harold Bloom no impidieron que parte de la ficción de Turgueniev siga inaccesible para los lectores de lengua española. Prueba de su límpida prosa y de su extraordinario poder de observación es esta brillante historia que según Flaubert era una de las obras maestras del ruso.

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(Oriol, Rusia, 1818-Bougival, Francia, 1883) Escritor ruso. Perteneciente a una familia noble rural, pasó su infancia en la hacienda materna, hasta que se trasladó a Berlín para seguir estudios superiores, momento en que entró en contacto con la filosofía hegeliana. De vuelta a su país, inició su carrera literaria con relatos que se inscriben dentro de la estética posromántica del momento (años treinta), mientras trabajaba como funcionario público, cargo que abandonó en 1843 por un gran amor, Pauline Viardot, cantante rusa constantemente en gira, con la que Turgueniev mantuvo una apasionada relación. Con la publicación en 1852 de Apuntes de un cazador consolidó su fama de escritor, al tiempo que era condenado al destierro de sus propiedades por parte del gobierno con motivo de un artículo sobre Gogol, autor considerado subversivo. Siguió escribiendo relatos, hasta que publicó su primera novela, Rudin (1856), en la que desarrolla por extenso su teoría de los hombres «superfluos», jóvenes intelectuales formados en la universidad e inflamados de ideas revolucionarias, incapaces, sin embargo, de operar en la sociedad. Siguen la misma línea las novelas Nido de hidalgos (1859), donde defiende ideas eslavófilas, y Vísperas (1860).

 

En parte como respuesta a las acusaciones recibidas por esta última, de no crear héroes positivos, escribió Padres e hijos (1862), en la que retoma sus ideas sobre los nuevos hombres progresistas, que él denominó «nihilistas», y con la que le llegó el reproche de los críticos sobre su condición de rentista que alienta de forma prudente, y sólo con la pluma, ideologías reformistas. Turgueniev, dolido, se mantuvo a partir de entonces alejado de las controversias ideológico-políticas del momento, mientras ya estaba definitivamente instalado fuera de Rusia, a caballo entre Alemania y Francia y se dedicaba a escribir algunas novelas cortas (Aguas primaverales, 1870), relatos y algún drama y poemas en prosa. Murió en Francia al lado de Pauline, la familia de ella y algunos amigos escritores.

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