Poe, capitán de las sombras

«Y Poe estaba americando Y Poe llevaba un bicho/que había salido por su boca/ Y era Poe Poe Poe/ Poe haciendo ruidos con el agua/Poe besando por el alma de la playa». Así escribía nuestro inolvidable poeta Carlos Oroza sobre Poe en su alucinante América. Siempre que regreso a Poe, que es cada cierto tiempo, lugar de sombras pero lugar seguro, esos versos de Carlos Oroza resuenan siempre en mi interior como la llamada para invocar al Gran capitán, como lo llama Mariana Enríquez, aludiendo a su jerarquía en la oscuridad, en uno de los textos que acompañan a la espectacular y emocionante (podría seguir adjetivándola de manera positiva hasta el final de este espacio) edición que Páginas de Espuma nos acaba de regalar a todos los lectores de los Cuentos completos de Edgar Allan Poe.
Un volumen del que, aún a estas alturas de lo que va de año, podemos estar seguros en su calificación como una de las grandes ediciones de este 2025, y es que adentrarse en Poe, proponer una nueva traducción de todos sus cuentos, exorcizando a la canónica de Julio Cortázar de 1956, incluyendo ilustraciones de Arturo Garrido, textos complementarios de Mariana Enríquez y Patricia Esteban, y todo bajo la edición de Fernando Iwasaki y Jorge Volpi, tiene algo de hazaña que todos debemos celebrar y felicitar a un editor como Juan Casamayor, entusiasta y apasionado del relato breve y, por supuesto, grumete en las sombras del capitán Poe. El hundimiento de la casa Usher, El escarabajo de oro, El gato negro o Los asesinatos de la Rue Morgue son algunos de los relatos que se contienen en este cofre del tesoro con forma de libro. Cuentos comentados cada uno de ellos por diferentes escritores, lo que permite ampliar el foco sobre las palabras de un Poe inspirador de muchos después de él, generador de una fascinante visión de lo que no se ve y que otros aplicaron a su manera de entender la literatura, convirtiendo su obra en un camino, por supuesto, rodeado de sombras, que muchos quisieron recorrer. Sabía Oroza que en las palabras de Poe se afianzaban los pilares de esos Estados Unidos que nacían al tiempo que el escritor daba testimonio del lado oscuro del alma humana y de cómo el desgarro vital que él mismo vivió hacían de la vida un observatorio de la realidad desde el prisma del individuo, lo que podía convertirse en el abismo más profundo y peligroso que sortear.
Cada cuento de Poe es ese enfrentamiento con el abismo que comenzaba a generarse en las sociedades modernas, el de la convivencia de los seres humanos, el de su integración en las grandes urbes, el del fracaso y el caos personal ante el desconcierto por lo que nosotros mismos éramos capaces de provocar. Después vinieron Kafka y Pessoa a medirse con el colectivo, a sentir ese desasosiego alienante que a uno lo hizo insecto y al otro expandirse en numerosas personalidades heterónimas. Caminar por todos estos cuentos es entrar en la Acrópolis de la literatura moderna, la que supo acercarse al individuo como eslabón de una cadena de «ángeles envidiosos y sepulcros frente al mar», a la que otros muchos se sujetaron después. En Poe se entra, pero no se sale. Siempre está ahí. Como una llamada crepuscular que cada cierto tiempo te cita para hacer de la alerta un estremecimiento ante el genio literario, ante aquel «mal ciudadano» que supo ver en la oscuridad el deterioro moral de un país que todavía estaba en pañales y al que ahora engulle la noche más abyecta.
Borges o Cortázar cayeron rendidos ante ese talento, ante ese poeta que hizo cuentos para convertirse en inmortal y al que el creador de Casa tomada, que tanto le debe, tradujo en una edición que llega hasta hoy, setenta años después, firme y saludable, pero a la que no le ha venido mal un poco de chapa y pintura de la mano de un compatriota, Rafael Accorinti, asumiendo un bestial desafío que lo encadenó palabra tras palabra a un destino, el de, cómo él mismo afirma: «conjurar otra vez el hechizo de su literatura», y para ello fue necesario corregir algunas inexactitudes realizadas por el propio Cortázar en su labor como traductor como renovación de una lealtad literaria que todos asumimos para seguir convocando al gran capitán.
Él, que oía perfectamente el sonido de las tinieblas, vuelve a agitarse ante nuestro presente de siniestros horizontes. De jinetes cabalgando bajo las trompetas de un Apocalipsis que comienza a golpear con arrebatadora fuerza las puertas de nuestro confuso y agotado presente. «Y Poe llevaba un bicho/que había salido por su boca».