Cuentos de Ray Bradbury: Páginas de Espuma rescata sus mejores relatos

Esta antología de Ray Bradbury reúne lo mejor de su obra breve en una edición monumental: relatos clásicos y piezas inéditas que revelan a un autor capaz de encontrar lo extraordinario en lo cotidiano.

Es difícil usar palabras nuevas al hablar de Bradbury. Ya sé, no hace falta que me lo digan: la nostalgia es un recurso gastado, pero me temo que es la mejor forma de entrar en materia. Verán: en uno de los veranos de mi adolescencia leí El picnic milenario (The Million Year Picnic), el último relato de Crónicas marcianas. Me hipnotizó la imagen de un matrimonio y sus hijos surcando los canales de un Marte lleno de ciudades en ruinas, con la promesa de una nueva civilización, en este caso humana.

Aquella lectura, incluida ahora en la monumental antología Cuentos de Ray Bradbury (Páginas de Espuma, edición de Paul Viejo, traducción de Ce Santiago, prólogo de Laura Fernández, con ilustraciones de Arturo Garrido), no solo despertó mi amor por la ciencia ficción. También me enseñó que las mejores historias de este género no necesitan cohetes ni tecnología para emocionarnos.

Este volumen, que recorre la trayectoria completa del escritor, es todo un homenaje a la imaginación de Bradbury, un narrador que, como señaló Borges, trascendió las fronteras de la fantasía: “Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado”.

Sin duda, aquel cliché que acuñó The New York Times —“Bradbury convirtió la ciencia ficción en literatura”— resulta injusto con otros grandes del género, pero apunta en la dirección correcta: estamos ante un escritor soberano, a quien además no le hizo falta luchar contra el desinterés del público.

La colección de cuentos que nos ocupa, además de un derroche de talento, es una invitación a viajar por los mundos de un narrador que encuentra lo eterno en lo cotidiano, desde los campos de Illinois hasta el desierto marciano, con una parada en la América eterna, con colores de Norman Rockwell y sabor a tarta de manzana.

La cronología de un soñador

El volumen reúne piezas de libros seminales como El hombre ilustrado (1951) o Las maquinarias de la alegría (1964), junto con textos menos conocidos de sus últimos años. Ordenados con acierto, los cuentos trazan la evolución de un autor que comenzó en revistas pulp y terminó convertido en icono de la cultura popular. Margaret Atwood lo definió como un cronista de nuestras esperanzas y miedos, y no me parece una mala síntesis de lo que late en estas páginas.

Los primeros relatos, en su mayoría de los años cuarenta, muestran a un Bradbury joven, obsesionado con la infancia y sus sombras. La madurez creativa fue temprana en su caso. Así, en La sábana (1950), una guardería virtual que recrea un safari africano se convierte en advertencia contra una tecnología que amenaza con devorar la vida familiar: un tema que nos apela hoy, en plena era de pantallas e inteligencias artificiales.

Otro relato popularísimo, Se oyó un trueno (1952), introdujo el efecto mariposa, concepto que la cultura popular le debe a Bradbury.

En relatos más tardíos, como El convector Toynbee (1984), asoma un optimismo sorprendente: el futuro como utopía nacida de una mentira inspiradora.

Esos textos de los últimos años, aunque menos abundantes en este volumen, reflejan una voz más introspectiva, consciente de la mortalidad y de los límites de la propia imaginación.

Una traducción para nuevos lectores

Un aspecto muy reseñable de estos Cuentos es la traducción de Ce Santiago, que acerca el estilo de Bradbury a los lectores de hoy. Comparada con las versiones que nos ofreció en su día Francisco Abelenda (seudónimo de Paco Porrúa, traductor de Tolkien y Ballard), esta resulta más directa y contemporánea. Por poner un ejemplo: en El viento, incluido en El país de octubre, el “Damn it” que Abelenda resolvía con un discreto “Maldición” se convierte aquí en un rotundo “Mierda”. Puede sonar abrupto, pero es un acierto. Al fin y al cabo, cada traducción debe dialogar con su tiempo.

La poesía de lo humano

Bradbury —casi no hace falta insistir en ello— no escribe ciencia ficción al uso. Sus relatos son fábulas morales con cohetes y planetas distantes. Su genio consiste en descubrir lo extraordinario en lo ordinario. ¿Sus claves? Entre otras, el anhelo de trascender, la fragilidad de la infancia y la nostalgia de un verano interminable.

Para un lector hispano, esas evocaciones remiten inevitablemente a la melancolía de Rulfo o García Márquez, con quienes comparte la capacidad de hallar lo mágico en lo cotidiano. Incluso en sus relatos más oscuros, la empatía transforma el horror en introspección.

Su prosa, que un crítico de The Paris Review describió como “Whitman con un toque de fabulista”, se despliega aquí en toda su amplitud: exuberante, musical, a ratos lírica, siempre en busca de lo humano detrás de la máscara de la ficción.

Profecías para nuestro tiempo

Bradbury fue un visionario, pero no un apocalíptico. Anticipó cuestiones que hoy nos preocupan —la dependencia tecnológica, la devastación de la naturaleza, la degradación cultural—, pero su mirada nunca se rindió al fatalismo.

Incluso en las distopías (pensemos en la novela Fahrenheit 451, de 1953) late una fe casi obstinada en la capacidad de la humanidad para reinventarse.

Un legado para soñadores

Esta cuidada edición de Páginas de Espuma, en definitiva, confirma lo que se ha dicho tantas veces y sigue siendo cierto: Bradbury tendió un puente entre la ciencia ficción norteamericana y el realismo mágico. Cuentos no es solo una recopilación: es un recordatorio de que la imaginación desbocada —como quería el autor— es un estilo de vida muy deseable.