Queridos
el pasado sábado 22 de junio nos dejó Javier Tomeo. De la mano de Daniel Gascón editamos en un solo volumen toda su narrativa breve completa. Hoy, Heraldo de Aragón, con Antón Castro al frente, lo recuerda ampliamente, tanto en papel como versión digital, con textos de Ismael Grasa, José Luis Melero, Daniel Gascón o Patricia Esteban Erlés. También se publicó un texto que os reproducimos aquí:
JAVIER TOMEO, UNA PUERTA ABIERTA
[Heraldo de Aragón, domingo 23 de junio de 2013]
Hay escritores, como sus criaturas, que caminan sobre los márgenes, subterráneos. Hay escritores que prefiguran su universo desde las esquinas, desde una búsqueda de la no convención, de la indefinición. Y aunque establezcamos vínculos e influencias, su obra permanece en la lectura y los lectores por lo que tienen de singularidad del individuo y ruptura con el individuo. Interrogarse. Dibujarse. Remover humores. El sueño del absurdo produce monstruos. Javier Tomeo amaba construir una obra desde esa alteridad. Sumergirse en anomalías. Conjurarse con el riesgo. Exprimir tradiciones. Irreverente. Muy humano. Ser cómplice y complicarse es donde te sitúa la escritura de Tomeo. Buscarnos en un bestiario. En extensiones imprecisas, en historias dialogadas, por mínimas que fueran. Hábil en todas ellas. No es de extrañar que el arte dramático explorara en sus textos posibilidades que se salían de la página impresa. El teatro como cuarta pared y en ella la literatura de Tomeo como puerta abierta. Javier Tomeo era un gigante en todos los sentidos.
Y uno como editor se cruza con ese gigante habiendo tenido la suerte de ser su lector antes que cualquier otra cosa. Y celebra la fortuna de tener cerca a Daniel Gascón. Es así como en dos años Javier Tomeo hace una labor intensa de corrección de sus cuentos. Y en Páginas de Espuma ven la luz novecientas páginas que atesoran una aportación indispensable en el cuento español contemporáneo. Sus cuentos completos. Los meses de otoño del 2012 conviví con su altura, con sus golpes de tos y de humor socarrón. Nos sentaba bien ser aragoneses a los dos. Nos gustaba conversar mientras yo escuchaba. Delineábamos nuevos proyectos. Nos saltábamos una entrevista. “Estoy cansado, Juanico”. Y prolongábamos el café. Los miembros de una orquesta cruzaban el lobby del hotel y Javier los ficcionaba con la mirada mientras apretaba la empuñadura de su bastón. Todos de negro. Parecen insectos.