A la sombra de Flaubert
Premiada con el Málaga de Ensayo, la aproximación de Antonio Álvarez de la Rosa al escritor francés es también una autobiografía intelectual y un retrato indirecto de nuestro tiempo
Por Ignacio F. Garmendia.
Famosamente invisible en sus novelas, en las que el más autoconsciente entre los narradores franceses de su siglo no dejó ni una sola pista de su personalidad e itinerario, Flaubert trazó un autorretrato tan completo, franco y desinhibido en sus cartas, casi cuatro mil quinientas en la edición canónica de La Pléiade, que hay poco que no sepamos del hombre que alentaba tras la máscara del artista, un hombre excesivo y extravagante, nada aprovechable por los moralistas, que aunaba el talento artístico y una inteligencia extraordinaria. De puertas afuera, el oso normando podía proyectar una impresión de abotargada rudeza, como transmitieron algunos de sus contemporáneos, pero en la intimidad de su escritorio hilaba muy fino y pese a sus numerosas fobias y manías, exhibidas con una actitud deliberadamente provocadora, dejó muestras de una lucidez, propia de los temperamentos escépticos o abonados al pesimismo, que ha resistido el paso del tiempo y sigue ofreciendo una perspectiva válida para cuestionar algunos de los fraudes y fetiches de nuestra época. Es la bien defendida tesis de su veterano traductor y reconocido especialista, el catedrático de Filología Francesa Antonio Álvarez de la Rosa, que ganó la última convocatoria del Premio Málaga de Ensayo con un libro donde ha volcado sus muchos años de trato con un escritor al que le une, salvadas las distancias, una familiaridad profunda.
Ya en la excelente antología de su correspondencia dejaba Álvarez de la Rosa muestras de esa familiaridad, y también de su capacidad para trascender el corsé del comentarista académico para abordar a Flaubert como un amigo de otro siglo, encantador o irritante, según los casos, al que permanecemos fieles por las horas de felicidad que nos ha procurado. De ambas virtudes se nutre este ensayo, publicado por Páginas de Espuma, donde el estudioso canario da un paso más allá al convocar la presencia de quien ha sido llamado el padre de la novela moderna para entablar con él, saltando la barrera cronológica, una conversación imposible. Fundamentado en el epistolario, el diálogo que mantiene el ensayista lo lleva a recorrer no sólo su obra, sino también los paisajes –con Ruan como centro– y los personajes asociados, tanto las criaturas de ficción como los coetáneos reales en los que el narrador proyectó sus confidencias. “Llevaba años rumiando la idea de escribirme a la sombra de Flaubert”, empieza diciendo Álvarez de la Rosa, y a ello se aplica sin que la vinculación, que como él mismo concede podría parecer petulante, suene artificiosa o impostada, pues al contemplarse en el espejo del novelista –por decirlo con su imagen, de resonancia stendhaliana– es el hoy lo que comparece, de un modo poco halagüeño que puede ser desvelado por lo que nuestro Juan Ramón, también catalogado de esteticista, llamó con aparente paradoja la “política poética”. A través de su flaubertmanía, y asumiendo el riesgo derivado de la identificación con un escritor proverbialmente incorrecto, Álvarez de la Rosa ofrece toda una lección referida al modo en que pueden revivir los clásicos.