El Cultural, MX
Por Mauricio Ruiz
FUENTE: https://www.razon.com.mx/el-cultural/2025/04/04/visceral-no-me-averguenza-mi-ira/

Visceral, “No me avergüenza mi ira”
Son veintiún textos los que recorren el libro Visceral de la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero, una obra de autoficción descarnada, con confesiones furiosas y demoniacas que hablan desde el feminismo, el deseo, la violencia y los miedos. La autora, sin ningún tipo de maquillaje, realiza un viaje interior. Mauricio Ruiz examina en esta reseña la literatura de Ampuero
Es una mujer y un árbol, una gota de lluvia en la Antártida. Es una esposa que despide al marino en el puerto de Santa María en el siglo XVI. Es la hija y la hermana y la abuela de esa mujer española. Es la sed de un migrante, la mujer engañada que dejó a su familia y trabaja sin descanso ni libertad en un país del Norte Global. Es la flama que se esparce por el bosque y devora la grama, es el incendio que destruye yates y mansiones. Es la furia del planeta.
En Visceral (Páginas de espuma, 2024), María Fernanda Ampuero despliega la paleta de matices y tonos que su pluma contiene. Una mezcla de ensayo, memoria personal, ficción, poesía en prosa, denuncia, entrada diarística, manifiesto, crítica, todo ello se funde para mostrar las preocupaciones artísticas y el mundo interior de la autora ecuatoriana.
EL LIBRO ESTÁ DIVIDIDO en veintiún capítulos o secciones, cada una con título y epígrafe. En el primero, llamado Asfixia y con epígrafes de Alejandra Pizarnik y Lucia Berlín, se define el tono y la sensibilidad que nos acompañará desde la primera frase. “Recurro a la literatura”. La voz recurre al lenguaje, a la palabra escrita para declarar lo que la aflige y le embarga el espíritu: la falta de libertad plena de las mujeres. En dos páginas y media Ampuero nos hace sentir las manos de la sociedad patriarcal que se cierran alrededor del cuello y sofocan a niñas, adultas y mujeres mayores. “Es que, carajo, a las mujeres nos siguen prohibiendo decidir sobre nuestros propios cuerpos. En el siglo XXI. En tiempos de la inteligencia artificial.”
En su texto “The Poet and the Pragmatist: Cross-Sectoral Insights Against the Grain and for Activist Politics”, la socióloga neozelandesa Emily Beausoleil describe dos actitudes ante la necesidad de cambio en la sociedad: el activismo disruptivo y el activismo poético. El primero es un tipo de activismo urgente y frontal contra las estructuras de poder y aquellos en posiciones de privilegio. Busca desestabilizar el statu quo y conlleva los objetivos de hacerse oír, en primer lugar, y de obtener un cambio en la sociedad, en segundo. La retroalimentación, ya sea positiva o negativa, se recibe de inmediato. El activismo poético implica un proceso más gradual y que necesita paciencia. Al principio se notará un mínimo o casi ningún cambio; el esfuerzo sin embargo debe continuar. La apuesta es que a largo plazo haya una transformación significativa y perdurable. Al leer las páginas de Visceral se percibe una pulsión clara y casi explosiva por el primer tipo de activismo. “No me avergüenza mi ira”, escribe en el capítulo Furia. “No, no, no y no. No quiero paz en mi corazón, no quiero gozo en mi alma, no quiero zen, no quiero mindfulness, no quiero sanar. Quiero abrazar este sentimiento”.
El estilo, como en sus colecciones de cuentos Pelea de gallos y Sacrificios humanos, hace que el libro se mueva como una anguila en las manos de un pescador. Es una prosa ágil y atrevida, sin temor a ir un lugar apartado y volver, intentar otro camino. A menudo rompe el cuarto muro y se dirige a ti, a usted, a nosotros. En el capítulo titulado Terror, después de postular que los escritores como ella que escriben terror lo hacen quizá para sanar traumas, señala: “¿Ustedes no tienen miedo? Díganme, ¿de qué tienen miedo?”
EN VISCERAL NOS DAMOS cuenta de que la narradora ha sufrido ataques de bullying desde pequeña. De muchos tipos, pero sobre todo comentarios sobre su apariencia. “Vas a ser gorda”, escribe en el capítulo del mismo título. “Vas a ser una señora gorda, María Fernandita. Y está bien.” Al paso de las páginas podemos sentir el peso de esas palabras, la repetición constante de que el cuerpo en que se vive no es el aprobado por la sociedad. El trauma que se instala en lo profundo del hipotálamo y que se aferra a una generación tras generación de neuronas. ¿Cómo sanar? ¿Es acaso mejor, como propone Ampuero, abrazar el trauma y convertirlo en arcilla para la creación de arte?
Quien conoce su obra reconocerá pulsiones recurrentes como la denuncia de los colonialismos, el racismo, la injusticia hacia personas migrantes, principalmente mujeres, el apetito insaciable y destructor del capitalismo, la dislocación de sentirse sin arraigo a ningún sitio. En este libro se asoma algo nuevo si bien no menos punzante que en el resto de su obra: la relación con sus padres.
EN “MUTILADOS”, LA AUTORA muestra un retrato impresionista de la relación con su padre; el primer recuerdo que guarda de él. Lo ve todavía con las tijeras y la foto en sus manos, recortando la imagen de ella. Mutilando sus piernas. Recuerda su propio llanto y la risa de su padre. Recuerda que él no la consoló. En un puñado de párrafos nos lleva al lecho de muerte donde él le pide que se quede porque no quiere estar solo. “No me quedé”, escribe al final del texto. “Dejé solo a un hombre que ya no era un hombre, sino una criatura atormentada… No lo consolé. Lo miré con vergüenza y cerré la puerta al salir”. El mismo desasosiego se hace presente en las páginas dedicadas a la madre, quien al quedar embarazada se lanza a una piscina de apetitos insaciables. “No vomitó ni una sola vez en todo el embarazo, la comida se la dejaba dentro, dentro suyo y dentro mío… Nunca seremos otra cosa, hija, que un maldito par de gordas.” Primero entre líneas y luego de forma específica la narradora expresa el resentimiento que ha guardado hacia su madre en ese aspecto de su vida.
Ampuero consigue una vez más sacudir de igual forma las entrañas y el intelecto del lector. No hay forma de quedar indiferente al ser testigo de su alienación en una sociedad patriarcal. No hay forma de salir ileso de su daga verbal ni de su furia. No hay forma de negar la pasión por describir aquello que la quema por adentro con la delicadeza de un miniaturista.