Una carta sin pedirla

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Una carta sin pedirla
«Sí, tengo tu carta y fue un gran placer recibirla. Es tan poco frecuente recibir una carta sin pedirla y sin que haya necesidad de escribirla y son las únicas que merece la pena recibir».
Para entretener, divertir, interesarse por la salud o las penas de sus destinatarios y aliviarlas en lo posible. Con esos motivos escribía sus cartas Virginia Woolf. Para intercambiar ideas, comunicarse, conocer cotilleos, saciar su curiosidad por la vida de sus amigos, por sus relaciones, incluso por sus casas. Afectuosas casi siempre, distendidas y hasta jocosas en otras ocasiones, a la autora nunca le preocupó lo que se hiciera con sus cartas tras su muerte, estas cartas cuya selección presentamos ahora al lector en español y que nos devuelven a una Virginia Woolf cercana, espontánea, cariñosa, irónica, con su particular y muy personal don para escribirlas.
Ordenadas de forma cronológica (desde 1912, a punto de convertirse en escritora de ficción, hasta su muerte en 1941), las cartas de esta selección –la mayoría inéditas en nuestra lengua– recorren los tres temas principales de su correspondencia: la literatura, las casas y las gentes, y nos acercan al retrato vital de una de las figuras literarias esenciales del siglo xx.

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Virginia Woolf (1882-1941) es una de las figuras más estimadas del modernismo en lengua inglesa y una figura precursora del movimiento feminista. Con tan solo veintidós años, la escritora de Bloomsbury comenzó a publicar sus primeros ensayos en el periódico Guardian, rescatando y prestigiando la historia de mujeres. Fue la frescura de su prosa y la originalidad de sus críticas literarias, lo que hizo que no tardase en escribir para otras gacetas a propósito de una infinidad de autores contemporáneos. En vista del aluvión de nuevas publicaciones de obras francesas, rusas, irlandesas y estadounidenses en el mundo editorial anglosajón, Woolf supo ver el momento fronterizo que vivía la literatura y aprovechó la ocasión para acometer una empresa ensayística en la que recuerda las bondades de su propia tradición literaria y celebra la llegada de obras extranjeras traducidas a los anaqueles de las librerías. Estas disquisiciones a propósito de la literatura la llevó a urdir novelas tan fundamentales como La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) y Las olas (1937), y ensayos tan conocidos como Un cuarto propio (1929) y Tres guineas (1938).