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Entrevista a Marina Perezagua en Quaderns del Periódico Mediterráneo

Quaderns, Periódico Mediterráneo

Por Eric Gras

FUENTE: https://www.elperiodicomediterraneo.com/cultura/2025/05/03/entrevista-marina-perezagua-libro-luna-park-nueva-york-116975934.html

Marina Perezagua: «El cuento es libertad, puedo divertirme más»

La escritora sevillana regresa a España con su nuevo libro de relatos, ‘Luna Park’ (Páginas de Espuma), una carta de despedida a Nueva York

Tras más de una década viviendo en Estados Unidos, la escritora sevillana Marina Perezagua, autora de títulos como Leche (Libros del Lince), Seis formas de morir en Texas (Anagrama) o La playa (Pre-Textos), regresa a España con Luna Park (Páginas de Espuma), un libro de relatos que funciona como carta de amor y de despedida a un país tan suyo como ajeno, tan fascinante como inhóspito. Nueva York —ciudad de contrastes extremos, de violencias visibles e invisibles, de ternura insospechada— no solo sirve de escenario, sino que emerge como personaje y símbolo de una época marcada por la incertidumbre, la polarización y la fractura emocional.

En esta entrevista, Marina habla con honestidad sobre los temas que atraviesan el libro: maternidad, violencia, identidad, autoficción, tabúes y dilemas morales. Con una voz literaria profundamente visual y comprometida, reflexiona también sobre su experiencia entre «dos mundos», el papel político de la literatura y su decisión de abandonar el ruido de la gran ciudad por la calma de un pueblo andaluz. Porque Luna Park, como la propia autora, transita entre lo real y lo inventado, entre el dolor y la risa, entre la denuncia y la esperanza. 

¿Cómo entiendes la literatura a la hora de ofrecer imágenes tan poderosas, que marcan a través de las palabras, pero que son imágenes al fin y al cabo?

No sé si tiene que ver con varias cosas. Ayer venía de Logroño con Juan en el coche, y vimos a unos adolescentes. Uno de ellos, que me llamó la atención porque no es algo que se vea tan a menudo, miraba el paisaje y decía: «mira esa florecita…». Le daba un valor enorme a algo aparentemente insignificante. Me pareció muy tierno, muy bonito. Creo que eso lo tengo desde pequeña. Por otro lado, estudié Filología, pero antes Historia del Arte, y eso seguramente explica que mi escritura sea muy visual.

Teniendo esto en cuenta, ¿cuál sería tu definición de lo que es un cuento?

Es difícil de definir. No sé si tengo la autoridad para hacerlo. Pero, para mí, el cuento es libertad. La novela me parece más esclava. En un cuento puedo divertirme más, entrar y salir, crear un mundo hoy y otro completamente distinto mañana. Es una forma muy agradecida de escribir.

En Luna Park, la tensión entre lo real y lo ficticio parece desdibujarse constantemente. ¿Cómo manejas esa frontera porosa entre autobiografía e invención? ¿Qué papel juega la autoficción?

Creo que, sin darme cuenta, este es el libro menos ficticio que he escrito. Me di cuenta de que era una despedida de Estados Unidos, concretamente de Nueva York. Por eso está más apegado a mi realidad, o a lo que yo percibo como mi realidad. En ese sentido, sí es la obra más cercana a la autoficción que he hecho, si queremos usar ese término.

Nueva York aparece como un personaje importante, pero también lo hace la maternidad. Al haber sido madre recientemente, ¿sientes que en este libro está más presente Marina Perezagua persona que Marina Perezagua autora?

Sí, completamente. Nueva York es una parte fundamental, y la maternidad también, porque afecta profundamente a cómo escribes. No podría haber escrito otro libro sin que la maternidad estuviera presente.

Ciertamente, cuando se es madre o padre, se deja de ser uno mismo para convertirse en otro.

Totalmente. No sabes en qué medida hasta que lo vives. Ni siquiera sé si mis próximos libros seguirán tratando ese tema, pero, como dices, eres otra persona.

En los relatos hay muchas maternidades distintas. Parecen servir para explorar la identidad: quién se es después de haber sido madre, quién se es siendo madre, quién se era antes.

Sí, claro. Cada persona vive la maternidad de forma distinta. Para mí ha sido y sigue siendo maravillosa. Tanto que, en otra vida, me habría gustado tener cinco hijos (se ríe). Pero hay madres arrepentidas, otras que lo viven con ambivalencia… En el libro se refleja ese abanico de experiencias, propias y ajenas: amigas, conocidas, lecturas…

Recuerdo un relato donde varias amigas hablan de las secuelas físicas tras el parto. Ahí juegas con el humor y la ironía. ¿Es una forma de tratar temas que habitualmente no se verbalizan?

Exacto. Son temas que no se suelen hablar, o no se hablan en voz alta, hasta que encuentras a alguien que ha pasado por lo mismo. Antes de ser madre, esas conversaciones no me interesaban. Después, todo cambia.

Al escribir sobre ello, ¿sientes que estás naturalizando esas experiencias?

Sí, creo que sí.

Uno de los aspectos más provocadores del libro es la mirada sobre temas tabú, como la vigilancia a pederastas tras cumplir condena, o el suicidio.

Son temas muy complejos. Por ejemplo, esa web en EEUU. para localizar pederastas me da miedo. No tengo una opinión cerrada porque es complicado: esa persona ya ha cumplido su condena, tiene una madre, tal vez hijos… Las implicaciones van más allá del delito en sí. Pero una vez que entras en la aplicación, ya estás atrapada. Es muy difícil no mirar, y eso también es inquietante.

En tus relatos abordas reflexiones morales incómodas: niños violentos, suicidios, agresiones… ¿Qué te lleva a poner el foco ahí?

No es algo completamente consciente, pero sí nace de vivencias. En su momento pensé en comprarme una casa, y la zona era dura: niños descalzos, armados, en bicicleta… Niños que ya no son inocentes. Me planteé qué pasaría si su vida se enfrentara a la mía en una situación límite.

El contexto es Nueva York, una ciudad que actúa como catalizador de todo esto.

Exacto. Lo da la ciudad y la escritura. Hace poco, en el metro, un grupo de niños de 9 o 10 años insultaba y escupía a la gente. Todos estábamos tensos, pero eran niños. Si te agreden, ¿qué haces?

¿Dirías que Luna Park es, al mismo tiempo, una carta de despedida y una carta de amor a Nueva York?

Sí, ambas cosas. Adoro Nueva York, pero ahora no se puede vivir allí. Me mandaron un vídeo de un tiroteo cerca de casa: cuatro policías disparando a un indigente con un cuchillo. Seis o siete tiros. Y en un barrio que antes era seguro. El metro se para cada día, ya no es noticia. Lo es solo cuando ocurre algo más extremo, como cuando incendiaron a una mujer. La ciudad está muy complicada.

En el libro también hay otra violencia: psicológica, emocional. ¿Qué lugar ocupa en tu narrativa?

Creo que Nueva York, desde hace años, te hace esclavo del trabajo. Al principio me enamoró: la universidad fomentaba el diálogo, era otra mentalidad. Pero es un lugar durísimo. Muchos no lo aguantaron. El nivel de exigencia laboral es absurdo. Yo me he venido a España sin trabajo porque no quiero criar a mi hija allí.

Es durísimo, especialmente como madre.

A mi hija, con tres años, ya le enseñaron el protocolo de evacuación en caso de tiroteo. No quiero eso para ella. Un día sonó la alarma de humo en casa y el pánico en su cara fue brutal. No debería estar aprendiendo eso.

En otro relato, el del viaje a Ucrania, aparece otro tipo de violencia. ¿Cómo fue esa experiencia?

Al principio no quería ir, no quería sentirme como alguien que va a un país en guerra solo para escribir. Pero conocí a Henry Marsh, que ha trabajado gratis durante 30 años en Ucrania, y me propuso acompañarle. Yo le propuse ir mejor a Nepal. Él me dijo: «Estás equivocada. Allí están deseando que alguien vaya y escriba sobre ellos. Que digan que existen». Y era cierto. Te reciben con agradecimiento. Incluso si solo escribes sobre ellos, ya lo valoran.

¿Dirías que Luna Park es también una forma de mirar la sociedad contemporánea?

Sí, muchas problemáticas que aparecen son universales. En Nueva York la cosa ha cambiado drásticamente desde la pandemia, pero podría pasar en cualquier parte.

¿Hay una intención crítica o política en tu escritura, aunque parta de lo íntimo o lo marginal?

No empiezo con la idea de tratar un tema social, pero suele salir. Y me gusta que así sea. No quiero sentar cátedra, pero sí me interesa que la literatura tenga compromiso, sobre todo ahora que tengo una hija. No sé si ella vivirá una adolescencia como la nuestra.

Ante el pesimismo, muchos escritores se resisten y regresan a lo esencial: la naturaleza, lo tangible.

Es mi caso. Podría haberme mudado a una ciudad, pero me he ido a un pueblo en la sierra de Málaga, rodeada de aguacates y olivos. Siempre me gustó eso, pero ahora lo necesito. Y mi hija también.

¿Es un acto de resistencia?

Sí. Es decir: yo voy a vivir de otra forma. Aunque sientas que no tienes el control, haces lo que puedes, como reciclar, aunque parezca inútil.

¿Crees que la literatura puede servir como altavoz?

Sí, sobre todo si tienes visibilidad. Leer a escritores desconocidos que dicen cosas valiosas y pensar que merecen más lectores… Si puedes llegar a más gente, es casi una responsabilidad intentar ofrecer algo distinto al ruido general.

Después de tantos años fuera, ¿cómo ves ahora la figura del escritor desde España?

Me fui hace tanto que no viví mi carrera aquí. Pero algo me sorprendió mucho: al saberse que volvía a España, alguien dijo: «Bueno, eso será si su marido se lo permite». No entendí de dónde salía eso. Me pareció cruel, injustificado. No soy una influencer. Me dio mucha pena. Por mal que estén las cosas en Nueva York, ese tipo de comentario jamás lo habría escuchado allí.

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