La Nación
Por Verónica Boix
FUENTE: https://www.lanacion.com.ar/ideas/resena-un-nombre-para-tu-isla-de-katya-adaui-nid24052025
El ritmo de los viajes y una prosa singular
Hay libros de cuentos que se leen como si estuvieran atados por un hilo, desde el primero hasta el último, formando un dibujo completo. Es el caso de Un nombre para tu isla, de la escritora peruana Katya Adaui (Lima, 1977). La colección de siete historias propone un viaje desarticulado, en el que la incomodidad de los protagonistas rompe con cualquier esperanza de paraíso efímero que pueda contener la ilusión de lo desconocido.
Ni turistas, ni visitantes, los personajes de Adaui viajan porque no tienen alternativa. La selección empieza con un viaje de ida en avión: en “Tripulación, puertas en manual. Cross Check y reportar”, una maquilladora se encuentra con una azafata que fue su amiga, o algo así, en la juventud. El miedo a volar se contamina con una experiencia del pasado que las une más allá de ese encuentro circunstancial. Y el último cuento cierra con el viaje de regreso que narra “El arte de perder”. Una mujer vuelve a Lima, su ciudad de origen, porque tiene que vender su departamento. La ciudad la recibe con un robo amable, en la calle un hombre le quita el reloj, con apenas un roce. Son pocos días, pero muchas pérdidas las que atraviesa a lo largo de la historia.
Entre esa ida y la vuelta, se relatan peripecias que de múltiples maneras desafían el sueño que implica viajar, como las de la pareja de “Isla grande”, que convierten las vacaciones en Brasil en una fatalidad inexplicable.
Los vínculos parecen ponerse a prueba en todos los relatos, como ya ocurre, pero de modo más drástico, en el anterior libro de la autora, Geografía de la oscuridad. Mientras que en esos cuentos las familias, las parejas, las amistades muestran la oscuridad de las fracturas profundas, en los nuevos relatos las historias dejan filtrar una luz, mínima pero suficiente para intuir que es posible mantenerse a flote gracias a la red de personas que las sostienen. El cuento que mejor lo retrata es “Una buena por cada diez malas”, en el que una periodista entrelaza su vida laboral en un canal de televisión, con la rutina familiar, y trata de equilibrar lo bueno con lo malo. En un tono más sarcástico, algo similar sucede en el grupo de amigas que viajan a una isla de Tigre de “Camalotes”. Van a pasar una noche, lejos de sus familiares y de la rutina, y se encuentran, de muchas maneras, con quienes en realidad son.
Lo verdaderamente singular de los cuentos es el lenguaje que construye Adaui. En un fluir intermitente, deja afuera del relato todo lo que distrae del núcleo de los sucesos. Las tramas se ven en una secuencia fragmentaria, sin detalles innecesarios. En otras palabras, las escenas están hechas de pequeñas islas, como sugiere el título. Entre silencio y silencio, cada frase se vuelve una clave certera para el destino que encarna todo final.