La Opinión de Málaga
Por Lucas Martín
FUENTE: https://www.laopiniondemalaga.es/libros/2025/06/22/epistolario-joyce-paginas-espuma-ulises-118900064.html
Joyce del hombre al Ulises y tal vez viceversa
Páginas de Espuma y Diego Garrido culminan su hazaña joyceana con la publicación del segundo tomo de la que ya es considerada la edición más completa a nivel mundial de su correspondencia; mucho más que el retrato de un artista.
La literatura está hecha de reveses; también de sonoros fogonazos. Puede que incluso de litigios. A lo largo de su ya larga vida postrera -murió en 1941-, James Joyce ha tenido de todo menos una inexistencia tranquila. Especialmente, de estatua para afuera, que es, donde el folclore, más allá de la postal inevitable de Dublín, retorna a lo libresco y deviene material de estudio. Pocos autores han sido sometidos a tantas ordalías. Casi ninguno a tantos y tan variados prejuicios. Hasta el punto de que se podría hablar -con especial atención a las difamaciones sobre su estilo- de un género en sí mismo. Nada rejuvenece tanto a un escritor que acusar a Joyce de pedantería; nada afea más el cutis que endiosar al autor del Ulises. Y también al revés. De una manera que sorprende además por su continuidad en el tiempo; las mismas simpatías y antipatías que despertaba la obra del irlandés hace doscientos años, la misma dialéctica cabezuda, entrelazan sus caminos en la actualidad. Aunque con una diferencia que afecta a todos menos al consenso académico sobre la valía de sus escritos: el hecho de que la distancia difumine el contorno de la persona, haciéndole, incluso, ingresar en el terreno bufo de la máscara, del trazo a pinceladas, de la caricatura.
No es fácil saber quién fue James Joyce. Ni siquiera bajo la esmerada luz de sus excelentes biografías -pienso, principalmente en la de Ellmann y en la de Edna O’Brien-. Mucho menos de su literatura, ambiciosa y llena de perspectivas, algunas de ellas de asiento casi cubista, y a menudo completadas por accesorios de sobremesa que hablan de contumaces borracheras, zapatillas de tenis y ambivalencias frente al catecismo. Tampoco es que el asunto, y más tras la enésima muerte declarada de la figura general del autor, importe demasiado. Y más cuando la parte más popular de su epistolario -campo aparentemente más propenso al desvelamiento- carecía de valor no sólo literario, sino también humano – a menos que se considere freudianamente vinculantes los excesos libidinosos que le dedicaba a Nora Barnacle, su mujer-. En este sentido, las cartas pisan siempre como subgénero un ámbito confuso, con opiniones encontradas en lo relativo a la pertinencia de su publicación. Cualquier correspondencia puede editarse u omitirse, despertar el morbo, la curiosidad o ambas cosas a la vez, pero no todas se transforman en literatura. Tampoco en un libro, que es algo que, con independencia de su contenido informativo y de su pericia estilística, tiene mucho que ver con la intervención del editor. Y, por supuesto, también, con capacidades que van más allá del rigor y la maña del inexcusable prólogo y la compilación del material.